A veces hay que cerrar historias con dolor para comenzar una nueva vida.
Lo he dicho mil veces, pero nunca con tanta convicción como la de ahora.
Hoy digo basta; no al amor que siento, no a las ganas de estar con él, sino basta al sufrimiento.
A exponer mi corazón de tal forma que sé saldrá herido.
Desde hace unos días he resuelto darme una oportunidad más; esa que la otra persona no me quiso dar, me la daré yo a mí misma, para amar doblemente a quien no quiere o no puede amarme.
Y a quien sí tiene el coraje, interés y sensibilidad para hacerlo.
Tomaré de nuevo las riendas de mi vida, dejando de lado proyectos pasados.
Viviré el presente aprendiendo del ayer.
Cuando el amor no fluye, nada se puede hacer.
Quién diga lo contrario, nada sabe de amar.
Porque el amor es espontaneidad, libertad, seguridad y naturalidad.
Hace poco yo pensaba que la pasión, y por ende, el amor, eran casi todo lo contrario.
Entre más dudas tuviera, más ligada me sentía a determinada persona.
Celos, conflictos, diferencias, y un gran sentido de posesión eran para mí, sinónimos de interés y dinamismo en la relación de pareja. Algo así como un quiebre de la rutina, como si la paz fuera lo más aburrido del mundo.
Algo así tan mata pasiones, como la mentira o la avaricia.
Cuán equivocada estaba; cuán precario e infantil era mi concepto del amor.
Por un lado me siento frustrada y como si hubiera perdido una pelea.
Pero si lo pienso un poco más (o lo siento con sinceridad) la conclusión que saco es que no supe en su momento dar esa pelea.
Utilicé herramientas burdas.
Absolutamente inadecuadas para conseguir lo que más anhelaba.
Por lo demás, con todos los errores, las desilusiones, los logros y las caídas, sé que salí ganando.
Gané mi dignidad, el amor por mí misma y, por sobre todo, una nueva concepción del amor, una mucho más virtuosa que un pasajero enamoramiento.
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